Algunos de mis primeros recuerdos de pequeña están asociados a pósters y carteles, una foto de Franco cabeza abajo, y a una especie de peana con la cara esculpida de un señor del que en algún momento identifiqué como “el Tito Lenin”. Objetos que nos acompañaron por los pisos que pasamos, en barrios humildes, hasta quedarnos en Sevilla. Y es aquí donde hace años, cada 1º de Mayo, nos hemos manifestado por calles llenas de sol, de gente trabajadora, y con una tradición importante de lucha que ahora parece que a muchos se les ha olvidado. Es triste porque parece que no llegamos a ser conscientes de que, independientemente de orígenes o ideologías concretas, a todos nos une nuestra condición de trabajadores presentes, futuros o pasados.
Marx decía que esa clase sólo puede vivir encontrando trabajo, y que sólo encuentra trabajo en la medida que éste alimente a la economía, algo que no ha cambiado desde el siglo XIX; las clases siguen existiendo y por eso estamos donde estamos. O mejor dicho, como estamos.
Recordar el Día Internacional del Trabajo se hace más necesario que nunca, y tiempos como los que estamos viviendo lo dejan bastante patente. Sufrimos suspensiones temporales de trabajo o su falta total, problemas de acceso a la vivienda, explotación laboral, estrés derivado de la incertidumbre, la precariedad, del no saber qué va a pasar. No cumplimos la jornada de 8 horas. Trabajamos diez, doce, dentro y fuera del hogar y, en la mayoría de casos, por sueldos poco dignos. Esta fecha es la que nos recuerda que estamos juntos en todo eso.
La memoria y la lucha sólo funcionan de manera colectiva. Y esta es una rabia que comienza a conmemorarse en 1890 a raíz de los disturbios en Chicago y viaja a través del espacio y tiempo hasta inundar otras conciencias y escenarios por todo el mundo. Pero también es una lucha que viene de antiguo, una realidad heredada tangible, que corre por nuestras venas y nos llena de orgullo, una fuerza que nos ha empujado en otros momentos a avanzar más allá de la desesperación y que, tome la forma que tome más adelante, será siempre el motor de nuestra historia.
Este 1º de Mayo no veré a mis padres en la manifestación, donde siempre les doy un abrazo que ahora me parece casi una manera de agradecerles que me hayan enseñado a tener conciencia de clase. No vamos a estar en las calles pero espero que, como otras cosas que parecen empezar a valorarse ahora, recuperemos los espacios de lucha, retomemos los sindicatos, reconquistemos derechos perdidos y, por qué no, logremos los que no se consiguieron antes. Creo firmemente en que si hay algo que nos sigue uniendo a día de hoy, es el poder de movilización de los que conformamos el conjunto de los trabajadores.
Aquí un señor al teléfono que dice que no te olvides del May Day
Que viva la lucha de la clase obrera.
Escrito por: Eu Fernández