–Escrito por Anton Rei-
De cuando en cuando sacamos lecciones sobre la escena que suenan como un estallido y no conducen a nada. Existen como un subgénero literario o run-run de fondo en conversaciones de todo tipo mientras se escucha un disco o se bebe cerveza, etcétera.
Pues bien, yo creo que valen lo mismo que hacer referencia a Juan XXIII: está por ahí en forma de calles, colegios y cosas quizá relevantes, pero la mayoría de ciudadanos se encogería de hombros si alguien le preguntara sobre ese tema.
Son versos que se repiten sobremanera y parece que son algo grave, o al menos así sería si fuesen obras que mereciesen un título. “La esencia”, “Los límites”, “La excelencia”, y así. De no ser por que tomándola con distancia, hasta la muerte es algo mundano, se correría el riesgo de dar demasiada importancia a lo que con cierta pomposidad llamamos el rollo.
En qué consiste? Es muy sencillo, a decir verdad. Un teatrillo bien ensamblado en el que hay personajes tipo que se repiten como en los pueblos: el borrachín, el perdido, el garboso, el colgao o el ufano. Pueden modificarse las etiquetas, pero los roles son en esencia los mismos. Como en la vida real. A fin de cuentas, las escenitas o rollos menudos no son más que eso, sainetes o piezas menores de un arte más grande y registros distintos. A cada uno por separado podemos llamarle género chico y así resaltar la zarzuelería inherente al asunto. Sé que no va a gustar esta analogía, pero conviene bajar el balón al suelo y tratar de usarlo para pasar el rato, de lo contrario corremos el riesgo de hablar de estrategia o esquemas tácticos, con todo lo que eso implica en términos de repelencia y aburrimiento.
En medio de todo esto, tendría poco sentido tratar de elevarse sobre los integrantes de cada escena con la intención no siempre explícita de ser admirado. Por una cuestión de estilo, y esta es la clave, tratar de erigirse en tótem es una empresa condenada al fracaso. Cualquiera que haya tenido trato con los humanos sabe que hasta los más medianos tienen habilidades interesantes para poner en liza, de forma que si cada uno pretende constantemente ponerlas de manifiesto, la vida social sería lo más parecido a un gran mercado donde se venden frutas sin ton ni son perdiendo la compostura.
Es el momento de hacerse un favor. Llegado este punto, lo enfocaría así: si todos somos potentes en algo, si alabamos las dotes de los colegas sin que nos tiemblen los pelos, cabe la posibilidad de que todos seamos bestiales, que nuestros colegas y los colegas que también ellos tengan sean sin excepciones gente de bien, tipos preciosos a los que escuchan los dioses cuando reciben sus oraciones, igual que hacen los nuestros con nuestras plegarias.
Así las cosas, formamos un maremagnum de grandes talentos aún no explorados (algunos) que merece la pena desarrollar. Quizás esto suba el listón hasta el punto de relativizar las capacidades, pero es un buen precio a pagar en los tiempos que corren.
Quizás no nos demos cuenta y formemos parte de una generación lustrosa que debe pasar a la historia con un nombre a la altura, como por ejemplo la “Liga de los Hombres Extraordinarios”.