Era el verano de 2006, hacía dos meses que había dejado atrás los 15. Esa tarde había quedado con los míos en la plaza del barrio, lugar que en la segunda década de 1900 había sido el campo del equipo de nuestra ciudad, el Hércules. Muchos de los que allí nos veíamos, poco tiempo después nos convertiríamos en fieles compañeros de grada. Allí nos encontrábamos cada tarde de ese caluroso verano aquellos que no encajábamos en la dictadura del chándal blanco, las TN y el pelo cenicero que imperaba en nuestro entorno. La mayoría jevis liderados por el Maiden —un liante ozoriano difícil de llevar y que a pesar de su juventud ya daba bisos del metalpaco derechoso en que se convertiría no mucho después—, algún punki, mucho despistado y, por supuesto, Anna, una ramoniana de la que estaba rendidamente enamorado.
La noche anterior, sin poder dormir por culpa del afixiante calor alacantí, había tomado una deción drástica: estaba decidido a raparme de una vez la cabeza. Llevaba ya un tiempo fascinado por la cultura y la estética skin. Dos vías me llevaron a descubrir ese mundo que se abría ante mis ojos. Por un lado, tenía un grupo musical con gente del insti. Teníamos una incipiente pero firme conciencia social y escuchábamos punk de variado pelaje. Solo era cuestión de tiempo que The Clash llegaran a mis oídos y cambiaran mi vida para siempre. La influencia jamaicana del London calling me llevó a 2 tone, de ahí al ska clásico, al reggae… Por otro lado, yo hacía tiempo que me estaba buscando estéticamente. A parte del punk, me gustaban los grupos anglosajones de los 60, el britpop noventero, leía mucho sobre los mods, empezaba a escuchar tímiadamente algo de soul… Mi estética en ese momento ya era casual, eso sí, muy obrera y barrial. De Fred Perrys nada, cualquier polo barato valía. ¿Parka? Nada de eso, una gabardina vieja de mi padre a la que había puesto un parche de The Who y a correr. Al menos había heredado una todavía reluciente bomber Alpha del Deivis, un bakalaero de buen corazón, diez años mayor que yo, que tenía por vecino. Esa prenda había sido testigo de los últimos estertores de la Ruta. Así que todos los caminos me llevaban al skinjerismo. Pero no era una decisión fácil. Todos sabemos por qué. Ya antes de adoptar del todo esta estética, había tenido discusiones con mi progenitor sobre ello. ¿Qué importa lo que un mocoso te explique frente a lo que la prensa llevaba años publicando? Los skinhead eran nazis y no se hable más. Pero ya estaba bien, mi pulsión era más fuerte y poco me tenía que importar lo que pensara el resto. Esa tarde antes de ver a los colegas me raparía la cabeza. En casa no teníamos máquina de afeitar así que no me quedó otra que visitar la peluquería del Nas, un golferas del barrio, fanático de los Kiss, que me llevaba cortando el pelo desde niño. Nunca olvidaré su cara de estupefación cuando le dije: “al uno, por favor”. Tampoco olvidaré la cara burlona que puso el Maiden cuando me vio llegar. Qué gesto le pondría que justo cuando abría su bocaza para hacer el primer chascarrillo optó por recoger cable. Eso sí, poco duró mi poder de persuasión. Esa tarde fui la comidilla del grupete, y con razón. Incluso pasó por nuestro lado uno de los bullies habituales del insti, pero esa vez, en lugar de un gesto de asco y algún exabrupto, al verme alzó su pezuña y dijo: “olé tus huevos”. Lo que me faltaba… Todo fueron risas a mi costa esa tarde. Bueno, todo no. Anna no me hizo ningún comentario. Cuando ya caía la noche y volvíamos a nuestras casas, siempre buscaba alguna innecesaria excusa para acompañarla hasta la suya y estar un rato a solas. Ella vivía cerca de las vías, al otro lado del barrio. Le agradecí que no me dijera nada sobre mi nuevo look. Ella abrió sus ojos, sorprendida cual personaje anime, y soltó: “anda, no me había fijado, ya decía yo que te notaba algo raro”. ¿En serio? ¿Tan poco se fijaba en mí que ni siquiera se había dado cuenta? ¿Algo que era tan trascendental para mí no era nada para ella? Afortunadamente, hoy todavía le recuerdo esa anécdota entre risas, pero en ese momento fue puerilmente traumático…
Cuando por fin llegué al portal de casa de los viejos, a pesar del olor a fracaso, y sabiendo la que me iba a caer encima en cuanto cruzara la puerta, sonreí al ver mi nuevo corte reflejado en el cristal.
Me ha encantado! Sin duda ha desbloqueado el nivel de los recuerdos olvidados…Cuando creces te acuerdas de los hechos, de momentos concretos, pero es verdad que tiendes a olvidar estos sentimientos tan aparentemente absurdos pero que vivíamos con tanta intensidad. Podría haberme leído un libro entero!
PS: espero que cerrara el tema con Anna ?
Me gusta cuando veo a gente como yo, aunque sea por web, y ver cómo hacéis un esfuerzo por redactar vuestras movidas de una forma tan cercana y entretenida.
Me has despertado las ganas de retomar la lectura de los artículos, que hace igual 2 años que no entraba en ovejasnegrax.
A mí me cortó la 1a vez el pelo (bajo la dirección de mi colega skin) un amigo bakala y mi hermano me regaló después una máquina, que sigo usando 24 años despúes (creo), Sólo me corto una vez al mes, pero cortito, cortito. jaja.
El texto esta escrito por Ángel de Custodio, nos alegre que te guste y vuelvas a leernos. Si te animas, ya sabes, que aquí tenéis espacio si deseáis compartir algún texto o articulo.
Un saludo.
¿Pero qué pasó al final con la Anna?
Resuelve eso ya, que esto es un sin vivir.
Le preguntaremos al autor haber si se animas a contarnos que pasó con Anna…