de Romain Dutter y Bouqé. Editorial Dibbuks. 2019.
“Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes”.
Isaac Newton.
La música es un arte que llega a todas partes, nos mueve y nos invita a sentir. Que una banda dé un concierto es algo mágico; un puñado de artistas con sus respectivos instrumentos sube a un escenario, tocan los primeros acordes de un tema y son capaces de remover múltiples sensaciones entre el público asistente. Incitan al baile, al cante, provocan risas, llantos, reflexiones y -muchas veces- cambian nuestra propia vida sin esperarlo, incluida la de aquellas personas que viven tras unos barrotes.
Romain Dutter trabajó como coordinador cultural en el Centro Penitenciario de Fresnes (Francia) durante diez años, luchando para realizar conciertos en la cárcel como parte del acceso vital a la cultura entre los presos de dicha institución. Sinfonía Carcelaria, publicación del año 2019 de la editorial Dibbuks, narra en primera persona y sin concesiones dicha lucha, siendo una lectura muy recomendable e indispensable pese a dejarnos un agridulce sabor de boca cuando finalizamos la última de sus páginas.
“La cárcel es toda una ciudad dentro de la ciudad”
Su tebeo es un reportaje honesto, divertido y real sobre un tema muy poco documentado en términos generales. A día de hoy, la labor social del cómic rompe cada vez más y más barreras, por lo que uno de los aspectos que más nos ha gustado de esta obra es su seductora y comprometida misión, que no es otra que la de ampliar nuestros horizontes atentamente sobre los problemas y beneficios de la organización de conciertos (junto a otras actividades culturales) dentro de las cárceles. Leer acerca de dicha experiencia nos obliga a deliberar sobre cómo funciona ese mundo dentro del mundo, pues “la cárcel es toda una ciudad dentro de la ciudad”. La prisión de Fresnes es la segunda mayor cárcel del Estado francés y la otra protagonista de la historia, reflejando un espacio con sus propias leyes, tradiciones y moralidad. Las restricciones de los reos a partir del instante del encarcelamiento son constantes, convirtiendo la cárcel para ellos en un nuevo sistema que funciona de manera autónoma con sus propias normas, sus diferentes patrones de comportamiento, sistemas y códigos de comunicación, estilos de vida y su propia economía. Es lo que se denomina “subcultura carcelaria”, una con valores bastante comunes y universales pese a que esta historia se centre en una institución penitenciaria concreta del país vecino. Así, reconocemos cómo el cómic sirve valientemente como una potente arma de protesta contra el sistema carcelario en lo que a política se refiere, declaración especialmente patente en todo lo referente a recortes, hacinamiento de presos o escasez de actividad de los reos.
Quizás, el tono documental y la inmensa cantidad de datos e información proporcionada por el autor resulta abrumadora en algún punto de la lectura, pero reconocemos que nada sobra, pues pese a que se relata la situación social de Francia o se utilizan flashbacks para que seamos conscientes de cómo funciona el mundo de las prisiones con sus reglamentos e historia sin pelos en la lengua, también nos sorprenderemos con algunas verdades y mentiras sobre los tópicos más extendidos sobre los reclusos. Y es que, como indica el subtítulo del tebeo, hay “verdades y grandes historias de conciertos en la cárcel”. Porque las cárceles siempre han sido atractivas para el mundo artístico. El cine, por ejemplo, está plagado de cintas sobre el mundo carcelario, y la música no se queda atrás. Los conciertos en presidios no son ninguna novedad. Los músicos y los melómanos siempre tendremos en mente los dos conciertos que Johnny Cash dio en la cárcel estatal de Folsom, California, en 1963, evento que contó con una inmensa muchedumbre compuesta por reclusos y personal penitenciario. Tan afamado evento fue considerado como mitológico, por lo que muchos otros músicos de renombre también quisieron hacer su propio “Folsom Prison” siguiendo los pasos del señor Cash. Tal fue el caso de B. B. King, quien tocó en una cárcel solo dos años después, grabando el LP Live in Cook County Jail, álbum catalogado como uno de los mejores de la historia por la crítica musical. Más singular fue el concierto que los Sex Pistols dieron en la cárcel de alta seguridad de Chelmsford en 1976, dado que el grupo era por entonces enemigo jurado de la reina y las instituciones británicas. Gracias a estos y a otros precedentes, los conciertos en cárceles comenzaron a ser más frecuentes y artistas sensibles a la causa carcelaria y a las condiciones de vida de los reclusos, continuaron sumándose a esta lista de recitales. En el 2003, con la puesta en marcha del Itinerario Cultural de Inserción en el centro penitenciario, se multiplicaron las actividades y los conciertos en Fresnes. Duttuer expone cómo su labor en el área cultural de dicha prisión “creó sinergias de cooperación y dinamización en materia de cultura”, pues sus predecesores organizaron conciertos y obras teatrales antes de su llegada. El trabajo previo en una casa de la cultura y también con personas de las Maras en una cárcel Honduras antes de llegar a Fresnes aportó una experiencia indispensable al autor. “Los reclusos son hombres y mujeres como los demás. También tienen derecho a amar la música y disfrutarla”, reza reiteradamente Dutter en algunas páginas del tebeo, ya que, ojeando la historia de esta penitenciaría, aprendemos que Fresnes también comprende una pequeña cárcel de mujeres. A diferencia de los hombres, cuando se realiza un recital “ellas a lo que van es a bailar y se ponen guapas para estos eventos que las sacan de la rutina carcelaria”. En cambio, la normativa entre los reclusos masculinos es dispar. Los conciertos siempre se celebran a mediodía, salvo que ellos deben permanecer sentados y no tienen derecho a levantarse y bailar. En todo caso, al finalizar el evento siempre hay un periodo de interacción tremendamente importante para todos los reclusos, algo que deja huella en los propios intérpretes, cariz que el dibujante Bouqé se encarga de plasmar espléndidamente incluyendo algunas impresiones de los distintos músicos en los bocadillos de algunas viñetas. La obra está pintada con un sencillo modo bitonal que resulta altamente grato, acomodándose francamente bien al tono general del libro, sobre todo en aquellas viñetas en tono negro que evidencian letras de canciones declamando, justamente, aspectos de la vida en prisión; en otras, la parte gráfica resulta portentosamente enérgica y expresiva caricaturizando a algunos de los músicos que los admiradores del género reggae escuchamos, ya que muchas de las bandas que aceptan tocar fácilmente en la cárcel aportando su granito de arena, pertenecen a dicho género. No obstante, las colaboraciones de todo tipo de grupos son abundantes. La lectura recoge en la parte final material personal del autor, como carteles de los conciertos realizados en Fresnes, cartas de agradecimiento de los internos, fotografías reales o una guía completísima sobre las referencias musicales aportadas en la lectura con nombres de artistas que van desde la música clásica al punk, el rock, la canción francesa, latinoamericana, africana, española, catalana o vasca, algo digno de admirar, pues ratifica el amplio espectro melódico y la gran labor llevada a cabo durante los años de trabajo de Romain.
Sinfonía Carcelaria es un cómic singularmente sobresaliente hasta el final y constata que la presencia de la música en los centros penitenciarios resulta indiscutiblemente positiva para el objetivo de la reinserción. El hecho de participar en actividades culturales es una lección manifiesta para todo ser humano, nos permite evadirnos durante unas horas, conocer y alternar con gente diversa y descubrirnos a nosotros mismos. Pese a que, a día de hoy, aún quede mucho por hacer, la música es un escorzo de libertad y un elemento vital de reinserción por el que merece la pena luchar. “Con lo que hacemos solo estamos poniendo una minúscula tirita en todas las llagas carcelarias, sociales… pero esa gota de agua es fundamental, y para algunos, vital”.