CAMPANADAS A LA MUERTE
“Han vuelto a sonar
Campanadas a la muerte
En el hotel Monbar
Campanadas a la muerte
Cuatro charcos rojos
Campanadas a la muerte.
Han vuelto a sonar
Campanadas a la muerte”
Kortatu. “Hotel Monbar” (1986).
La expresión “conflicto vasco” siempre ha sido una simplificación un poco cutre. Pero nunca se quedó más corta para referirse a lo que estaba pasando en Euskadi como en los años 80. En aquella especie de “años de plomo” se podía hablar de una guerra de baja intensidad donde la actividad armada de ETA no solo se encontraba con la respuesta legal del Estado a través de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, sino también la de cuerpos paramilitares que no tenían que cumplir legislación alguna ni que respetar derechos humanos, ni otras molestias que implica la democracia.
Los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), por supuesto que no actuaban por su cuenta, como así probaron diversas sentencias judiciales ya terminando el siglo XX. Contaban con el apoyo y connivencia de altos cargos del Ministerio del Interior español, y de funcionarios de Policía y Guardia Civil. En la campaña electoral de las generales de 1996, que terminó con 14 años de gobierno del PSOE de Felipe “Equis” González y empezó la no menos tenebrosa era PP, con Aznar al mando, los GAL fueron una herramienta de desgaste más. Aunque al común de los españolitos lo que más les fastidió de los GAL no era que al terrorismo se le combatiera con terrorismo, ni que la policía que debía protegerles se comportara como la peor mafia siciliana y pagara a sicarios a precio de oro para torturar y asesinar. No. Lo que le jodía era que eran unos chapuceros que en muchas ocasiones en lugar de matar a militantes de ETA, habían matado a gente que pasaba por allí, por confusión.
La canción de Kortatu “Hotel Monbar” deja poco espacio a la imaginación: no hay duda de que habla de cuatro asesinatos (“cuatro charcos rojos”, “cuatro claveles rojos quedan en el recuerdo”) en el hotel Monbar, a cargo de “ex combatientes de la batalla de Argel”, esto es, de gente que conocía las cloacas por todo lo que había pasado en la guerra de independencia de Argelia contra su metrópolis francesa. Y que lo vivieron de cerca: “un sudor frío cada vez que lo cuento”. No estaban las cosas para metáforas y medias tintas. Ya el nombre de la banda de los hermanos Fermín e Iñigo Mugura, junto a Treku Armendariz, era una declaración de intenciones: “Korta” era el apodo de un militante de ETA muerto a tiros por la policía, tal y como contaba Fermín en una entrevista en la TV francesa.
Pero es una canción punk rock y no un enssayo, un desahogo ante algo que te ha afectado mucho, y no precisamente por haberlo leído en la prensa. Denuncia unos hechos, pero hay que poner más contexto y explicar cosas. El Hotel Monbar sigue existiendo, es un cuco hotelito en el centro histórico de Baiona, la localidad más poblada del País Vasco francés, o Iparralde (algo así como “tierras del norte”) en el imaginario nacionalista vasco. Aunque para los abertzales todo sea el mismo país, Euskal Herria, el hecho es que administrativamente este depende de dos estados: el español y el francés. Eso permitió que Iparralde se convirtiera en un lugar de refugio para perseguidos en España por diversos delitos, de sangre o no. Lo que los españolistas llamaron “el santuario francés”. Para el estado español era crucial que el francés no hiciera como que este tema no iba con él. Había que llevarle el “conflicto vasco” a su territorio, para que colaborase, deteniendo y extraditando. “Mantener la calma tensa”.
En la cafetería del hotel Monbar se encontraban el 25 de septiembre de 1985 cuatro de estos refugiados: los militantes de ETA Ignacio Asteazunzarra «Beltza», José María Etxaniz «Potros», Agustín Irazustabarrena «Legra» y José Sabino Etxaide. Según afirmaban fuentes policiales en la prensa de la época, “Echaniz Maiztegui sería el responsable de ETA militar en la zona de Vitoria, en tanto que Irazusta Barrena sería el encargado de las operaciones de paso de frontera de dicha organización” (La Vanguardia, 26 de septiembre de 1985).
Eran las 21:15 de la noche de un miércoles con fútbol internacional televisado: España-Islandia. Fijo que estaban a tope con el partido en la barra del bar, cuando tres personas bajaron de un coche, y, como se narra en El País en su crónica del juicio en 1987 “dos hombres penetran, empuñando pistolas automáticas, en el bar del hotel Mombar, en el casco viejo de Bayona, y abren fuego contra un grupo de exiliados vascos. Los agresores actúan con precisión mortífera. Las balas destrozan el cráneo de tres de las víctimas y la cuarta es alcanzada en el corazón. Además de estas cuatro, muertes, se produjeron heridas leves a otros refugiados. Algunos testigos del atentado, el más sangriento de la historia de los GAL, persiguen a los dos pistoleros por las calles de Bayona. Una patrulla policial detiene unos segundos después del atentado a Lucien Mattei y a Pierre Frugoli, que huían corriendo, antes de que pudieran cruzar el puente de Saint Esprit, sobre el río Adour”. El tercer implicado nunca fue atrapado ni identificado.
Pues bien, en un bar cercano al Hotel Monbar estaban los Kortatu. No actuando, claro. Tomando unas birras tras haber estado jugando al futbolín. En el imprescindible cómic “Los puentes de Moscú” de Alfonso Zapico, el dibujante pone en boca de Fermín Muguruza esta narración de los hechos:
“Vamos a visitar a un refugiado. Estamos jugando al futbolín con unos amigos y con un anarquista al que llamábamos Durruti. Cuando la última bola se va por el hueco de la portería, nosotros nos quedamos a beber una cerveza. Los amigos se van.
Poco después se escuchan disparos. Muy cerca. Salimos a la calle. Dos pistoleros salen del hotel Monbar y corren en dirección al río. Dos de los amigos yacen tiroteados en la puerta del hotel y en la calle. Nosotros no podíamos saberlo en ese moento, pero los otros dos están dentro, también acribillados.
Nuestro colega Durruti corre tras los pistoleros, y atrapa a uno de ellos en el puente Pannecau. El otro también es detenido por unos jóvenes, justo después de lanzar la pistola a las aguas del Errobi”.
Los pistoleros capturados eran dos franceses, Pierre Frugoli y Lucien Mattei, a quienes la policía francesa vinculó con los bajos fondos de Marsella. Mattei nunca reconoció su participación en los hechos, pese a haber sido detenido “in fraganti” y a tener sangre de unos de los asesinados en sus zapatos. Pero Frugoli sí reconoció que dos agentes de los servicios secretos españoles le habían reclutado en el bar La Samaritaine, en la Marsella portuaria, con un objetivo con tarifas bien claras, como si de un videjojuego se trata: “100 000 francos por realizar el tiroteo y 50 000 por cada muerto”.
“En llamada telefónica a distintos medios de comunicación vascos, los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) se responsabilizaron del ametrallamiento que produjo la muerte de cuatro refugiados vascos. Por su parte, ETA militar difundió igualmente una nota en la que asegura que los cuatro asesinados “estuvieron encuadrados en sus filas””, informaba La Vanguardia dos días después del asesinato, la acción más sangrienta de los GAL en su corta (1983-1987) pero mortífera y chapucera existencia (30 acciones terroristas, con 60 asesinatos).
Los dos pistoleros fueron condenados a cadena perpetua en su país, aunque, como recordaba El País en 1995, “por un defecto formal, la sentencia fue recurrida y la Audiencia de París confirmó la condena de Mattei y rebajó la de Frugoli a 20 años de prisión”. Las consecuencias judiciales y políticas tardarían una década en llegar a España, con ese ruidoso juicio de los GAL que produjo la caída del PSOE y la condena de altos cargos del ministerio del interior. Se implicó a los agentes de la policía española José Amedo y Michel Domínguez como los agentes de los servicios secretos españoles que habían hecho el encargo, pero fueron absueltos de pruebas en este caso, aunque posteriormente sí fueron condenados por otros casos de asesinatos y secuestros de los GAL.
Esta sangrienta historia no cayó en el olvido como tantas de las que ocurrieron durante estos años de guerra sucia gracias a la canción de Kortatu, esa que empieza con una penetrante base con el bajo de Íñigo y termina, literalmente, con el tañir de campanas a muerte.
Escrito por : Buenaventura Cienfuegos @100fuegosradio
Fermín hacía también un guiño a ‘Campanades a morts’ que Lluis Llach dedicó a los asesinados en Zaramaga en otro crimen de Estado como fue el 3 de marzo del 76.
Muy buen artículo, enhorabuena.
Bien visto, conozco la canción de Llach (y el pedazo documental “La revolta permanent”), pero me había dado cuenta de una referencia tan obvia.
Otro compañero me apuntó a que la referencia de “la batalla de Argel” también viene de la película italo-argelina del mismo nombre sobre la independencia de Argelia.
Tenemos idea de publicar varios artículos en esta línea y como comentaba en twitter Ovejas Negrax, acabar sacando un libro… sin fecha ni editorial todavía.
Un abrazo! nos leemos!