¿Y si os decimos que, en los preludios de aquel ska que luchaba por sonar autóctono, existió una banda formada completamente por mujeres, a excepción del batería, que era un hombre? Pues sí, existieron. The Carnations (los claveles), fueron una banda de directo con actuaciones para turistas del Uptown, la zona hotelera -y turística- de zonas como Ocho Ríos. El VIP Club, Myrtle Bank, el ocioso Club Havana o el Hotel Flamingo fueron algunos de los tablaos donde conjugaron el ritmo sincopado con otros estilos como el jazz, el latin o el r&b para disfrute del respetable. Un tipo de formación que tanto detestaba la gente del ghetto, del downtown jamaicano, a las cuales acusaban de vender la cultura local a la gente blanca y su manchado dinero. En el momento en que la banda comienza a carburar toman la decisión de convertirse en The Avengers, incorporando a algunos hombres, y ganan espacio junto a reputadas bandas como la de Byron Lee y sus Dragonaires en garitos como el Golden Dragon, repleto de guiris. El caso, y a lo que íbamos, ¿quién formaba The Carnations? Ingrid Chin al bajo, Jean Levy a la steel guitar, Althea Morais al teclado, Marie Crompton-Nicholas y Pam Mosely a las guitarras, Margaret Wong a las voces y encargada de la percusión, Christine Levy a la trompeta y las voces y Richard Chin, el único hombre, a la batería. Estos dos últimos componentes, Christine y Richard, más tarde se casarían y tendrían una hija, Tessanne Chin… googlearla y flipad con quién es.
Lejos de este oasis, del que no podemos recomendaros porque no llegaron a plasmar nada en vinilo, encontramos otra aguja en el pajar. Un talento oculto por años pero que, en los últimos tiempos, ha salido a relucir con luz propia. En el seno de una familia de bien, con pasta y buen estatus, nace una joven que, desde bien temprano, respira música por los cuatro costados. Si ya era difícil hacerte un hueco en el mundo de la música en los años sesenta y setenta siendo mujer, imaginad en los cincuenta. Pero su devoción por las seis cuerdas y su talento innato (además de ese empujoncito familiar, todo sea dicho…) la hicieron conseguirlo. Hablamos de Janet Enright, la cual tuvo su primer gran escenario con tan sólo catorce años cuando se presentó a una especie de audición para la orquesta de Eric Deans, clarinetista reputado y el capo del jazz cincuentero en la isla. Janet no pudo tener mejor carta de presentación y, en un primer momento, fue seleccionada para una intentona de sección femenina que Deans tenía en mente. La decisión no llegó a hacerse efectiva, Janet tenía demasiado talento en contraposición del resto de chicas, poco motivadas y menos comprometidas. Terminó entrando de cabeza en la orquesta de los hombres, donde hizo dos grandes amistades: Wilton “Bogey” Gaynair y Don Drummond. Ambos, jóvenes pero a un nivel descomunal, se encargaron de ‘apadrinar’ a Janet y enseñarle el oficio.
A nuestro trío calavera la orquesta de Deans se les quedaba corta y abandonaron para ensamblar su propio combo, Wilton Gaynair & the All-Stars. Unos primeros años de mucha actividad, pero con gran cantidad de trabas. Incluso siendo artista de jazz, un género y un entorno que se presupone mejor valorado que, por ejemplo, la música popular del momento, ser músico en Jamaica era considerado oficio de tercera. Los engaños, la precariedad o la falta de garantías afectaba de lleno a Janet en su carrera por dedicarse a la música. Una dificultad que, en su caso, era doble dada su condición de mujer. De hecho, incluso su propia madre no veía por aquel entonces con buenos ojos que su hija fuese guitarrista, lo consideraba ‘poco femenino’ e incluso tuvo ciertos episodios de prohibirla tocar su instrumento, tal como confesó la propia Janet en una entrevista reciente.
Janet continuó su carrera y era una artista muy querida por la gente. La escuchaban tocar en bares o en la propia calle y la planteaban colaboraciones. Una de esas personas fue la activista social y cultural Louise Bennett, a la cual hizo el acompañamiento de guitarra mientras cantaba algunos de sus temas en clave de mento. Fue el comienzo de una estrecha amistad y siempre contactaron para tocar juntas. Otro de sus puntos clave fue el montar su propia banda, Janet Enright Combo, con la que recorrieron varios locales de la isla y labrando un nombre. Tal fue el reconocimiento que alcanzó dentro del circuito jamaicano que, cuando artistas (en su mayoría estadounidenses) de la talla del californiano Dave Brubeck o la neoyorquina Carmen McRae tenían pensada una parada en Jamaica, contactaron con ella para completar la formación. Ella siempre ha recordado su frenética carrera musical como una alternativa vital que le permitió sentirse realizada, conocer gente y mundo y ganarse el pan… por muy difícil que resultase en ocasiones. Siempre recuerda como, por ser mujer, intentaban pagarla menos que a sus compañeros de profesión hombres, tanto después de las actuaciones como en los estudios de grabación. Algo con lo que tuvo que convivir pero ante lo que nunca se doblegó, ganándose su apodo de Little Giant entre la gente del gremio.
Como pasaba con The Carnations, y a pesar de tener más renombre en la cultura local, Janet tampoco tiene apenas material escuchable. Hemos rescatado, bicheando un poco, una participación en el álbum ‘Carnival At the Tower Isle’, grabado en el propio hotel Tower Isle (Ocho Ríos) en 1958 para el sello Carib. Un trabajo comandado por Cecil Lloyd, presente en el ska más tempranero con su gran colega Roland Alphonso, y respaldado por Roy Shurlan & His Big Bamboo Orchestra, con Janet haciendo lo propio a la guitarra. Una vida en la carretera, la de Janet Enright, laboriosa y llena de baches pero en la que supo defenderse y defender su arte, labrarse un nombre en la historia musical de su país y ganarse el respeto de su industria. Pionera absoluta de la disciplina instrumentista, como The Carnations. Historias que, a priori, pueden parecer meras anécdotas pero, lejos de ello, son historias que merecen ser recordadas y, sobre todo, reivindicadas.
