Este 8 de diciembre se cumplen 23 años del apuñalamiento mortal del hincha de la Real Sociedad Aitor Zabaleta en las inmediaciones del estadio Vicente Calderón, por parte de ultras nazis del Frente Atlético.
A la hora de escribir “La Mecha, historias de política y rock vol. 1” no tenía demasiado claro qué orden quería que tuvieran los capítulos, iba escribiendo sin una línea argumental marcada. Pero sí que estaba definido que quería abrir el libro con el capítulo dedicado a Aitor. Aquel asesinato me marcó.
Ahora, 23 años después, puedo decir con orgullo, responsabilidad y un puntito de vergüenza que, gracias a la buena gente de Sare Antifaxista, la familia Zabaleta ha podido leer esas líneas y tienen un ejemplar de “La Mecha” dedicado.
En este aniversario, y para contribuir al mantenimiento de la memoria y contra la impunidad, os dejamos en la web de Ovejas Negrax ese capítulo íntegro. También en versión sonora, tal y como se pudo escuchar en el programa 100Fuegos x 142.
EL DÍA QUE ME HICE ANTIFASCISTA.
Si lo analizas fríamente, poniéndote marxista o muy soso (valga la redundancia), un estadio de fútbol es un recinto de lo más tonto e inútil. Una improductiva hectárea de césped, tierra o plástico, con sus límites pintados con cal y con sendas porterías en sus extremos. Todo rodeado por más o menos asientos para ver corretear tras un balón a veintidós tíos (o tías, cada vez se ve más a las tías) durante un par de horas, cada quince días. Césped. Hormigón. Plástico. Negocio. Sudor.
Y sentimientos, que encuentran en esos asientos un lugar inmejorable para ser expresados sin que nadie te juzgue. Qué bonito lo de los sentimientos, ¿no? Bueno, el odio también es un sentimiento.
– “El martes este, aquí en Madrid, los fascistas asesinaron a Aitor Zabaleta. Solo por haber nacido en Euskal Herria. Por ser vasco. No podemos permitir que sigan aquí. ¡Madrid antifascista!”.
Juan, el vocalista de Soziedad Alkohólika, enardecía a las no menos alcohólicas masas que petaban la sala La Riviera de Madrid aquel diciembre de 1998 antes de interpretar uno de sus himnos antifascistas, “Ariel ultra”. Allí se encontraba un imberbe mozalbete de pueblo que acudía a su primer concierto en la inhóspita capital. S.A. grababan disco en directo y la ocasión lo merecía.
La Riviera es una sala de fiestas, un tanto hortera ya que tiene palmeras dentro, a orillas del río Manzanares. A no demasiada distancia del estadio Vicente Calderón, ahora totalmente demolido tras 50 años acogiendo partidos del Atlético de Madrid. El Calderón y sus alrededores han vivido de todo. Absolutamente de todo. Yo mismo he vivido grandes momentos ahí dentro y ahí fuera, futboleros y musicales.
Hablaba antes de que sí, un estadio es simplemente césped, hormigón, plástico, negocio, sudor y sentimientos. Y de que el odio es un sentimiento. La vergüenza es otro. Y una de las mayores vergüenzas en medio siglo del Calderón fue el asesinato, por puro odio, el 8 de diciembre de 1998, del seguidor de la Real Sociedad de San Sebastián, Aitor Zabaleta.
Era un partido de copa de la UEFA, la segunda competición de fútbol europea. El Calderón se preparaba para una de esas grandes noches. Ni me acuerdo de qué ronda era, ni del resultado, ni me apetece buscarlo en la hemeroteca. El partido tenía que haberse suspendido. Pero “the show must go on”.
Un grupo de nazis del Frente Atlético, el mimado grupo ultra del Atleti, los buenos chicos que dan ambiente al estadio, acorraló y humilló a un grupo de peñistas de la Real Sociedad y en esa orgía de odio gratuito acabaron apuñalando a uno de ellos: Aitor. Lo mataron cuando se quedó rezagado de un grupo más grande entre el que había cundido el pánico porque el Frente les había atacado a botellazos.
El cantante de S.A. no será un maestro de la oratoria, pero en este caso supo ir al grano: a Aitor lo mataron simplemente “por haber nacido en Euskal Herría. Por ser vasco”. No era un ultra o un hooligan de los que van buscando el enfrentamiento con sus homónimos rivales. No era, como gustaron durante años de cantar el Frente y sus defensores para mofarse del asesinato, “un Jarrai”.
Gente que conozco que estuvo en aquel partido cuenta, horrorizada, que lejos de cundir el desánimo al empezar a saberse por la radio (Internet no existía) que había habido un asesinato, el Calderón en masa empezó a parecer una guerra. El grito de “puto vasco el que no bote” atronando a orillas del Manzanares. Todo valía. El odio es un sentimiento. Gente que era muy, muy del Atleti se juró no volver jamás a ver a su equipo porque aquella exposición impune de odio irracional disfrazada de amor futbolero había ganado a su amor por los colores. No sé si lo cumplirían: el fútbol es un vicio difícil de dejar…
Acabado el aquelarre, vinieron los lamentos. Interminables debates sobre violencia en el deporte. Señalamientos de responsables, y regates dignos del mejor Juninho para decir que no, que “not all Frente”, solo una minoría radical, que el resto son buenos chicos y dan ambiente. Así que el muerto se lo cargaron a la denominada “Sección Bastión”, y más en concreto al autor material de la puñalada, Ricardo Guerra, que el día que mató a Aitor estaba en tercer grado penitenciario por un apuñalamiento anterior en una discoteca. Fue condenado a diecisiete años de prisión y desde 2016 – al haber cumplido las tres cuartas partes de la condena – consiguió otra vez el tercer grado, que aprovechó para ser detenido en Bélgica antes de un Brujas – Atleti en 2018 por hacer el saludo nazi integrado en la sección Suburbios Firm del Frente. La cárcel reinserta y tal. Ya.
Algo de justicia se hizo cuando, veinte años después del asesinato, la Real Sociedad bautizó con el nombre de Aitor una de las gradas de su remodelado estadio de Anoeta. Y cuando un jugador del Atlético, el canterano realista Antoine Griezmann (luego ídolo caído por temas deportivos) se atrevió a hablar del tema deseando que jamás se repitiera. No era un alegato antifascista y contra la impunidad de la extrema derecha. Pero ya era algo en un mundo donde manda la ley del silencio. No enfades a tus nazis, que son los que animan, y ¡ay como te pongan la cruz!
El asesinato de Aitor me impactó muchísimo. Para empezar, porque yo tenía 16 añitos y era un chico de pueblo de la periferia de Madrid que estaba empezando a interesarme, prácticamente a la vez, por el mundo de las gradas y por el del antifascismo, el punk y demás. Que me siga acordando perfectamente de ese concierto donde le homenajeaban y no de qué cené ayer creo que significa algo.
Creo que ese día terminó de cuajar la semilla que llevaba un tiempo regando. Aquel día tuve clarísimo cuál era mi bando. Para siempre.
SOZIEDAD ALKOHÓLIKA: “ARIEL ULTRA”
En 1988 empezaron a hacer ruido en Vitoria-Gasteiz, y con su propuesta de trash, hardcore, crossover y metal con mensaje han conquistado a varias generaciones de amantes de la escandalera, con sus quince discos. “Ariel ultra”, canción de claro mensaje antifascista, apareció por primera vez en el disco “Y ese que tanto habla está totalmente hueco, ya sabéis que el cántaro vacío es el que más suena”, de 1993.
Texto extraído del libro “La Mecha. Historias de política y rock vol. 1”, editado por Ovejas Negrax.