“Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto”, proverbio chino.
Son muchos los títulos de cine merecedores de ganar un premio cuando llegamos a esta época del año. Uno de ellos es Judas and The Black Messiah, una película dirigida por Shaka King que, en nuestra opinión, ha tardado demasiado tiempo en realizarse. Conocemos sobradamente a Malcolm X y Martin Luther King, las dos principales figuras de los movimientos sociales de los años 60 asesinadas por su lucha por la igualdad en Estados Unidos. Pero no habíamos oído hablar tanto de Fred Hampton, el joven líder de las Panteras Negras de Chicago (y vicepresidente a nivel nacional). El mesías.
La historia de Hampton, incluso contada de forma breve en Judas, es demasiado importante para ser obviada. Frederick Allen Hampton nació el 30 de agosto de 1948 en un suburbio de Chicago, Illinois. En su juventud destacó en el ámbito de los deportes. De hecho, soñaba con jugar al béisbol en el equipo de los Yankees de Nueva York, pero también fue un alumno ejemplar en el aula. Asistió a Triton College, donde estudió derecho con la esperanza de ayudar a las personas de color a luchar contra la brutalidad policial. En su adolescencia, Hampton se involucró en la lucha por los derechos civiles al liderar un consejo juvenil local de la NAACP (la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color). Hampton tuvo éxito con la NAACP, pero el radicalismo del Partido Pantera Negra resonaba aún más fuerte en él. El BPP había lanzado con éxito un programa de desayuno gratuito para alimentar a los niños en varias ciudades y el grupo abogaba por la autodefensa en lugar de la no violencia, adoptando así una perspectiva global sobre la lucha por la libertad de la población afroamericana, encontrando inspiración en el maoísmo.
Hampton era un orador y organizador habilidoso que se movió rápidamente a través de las filas del BPP mediante el activismo de base, algo que la película dedica tiempo a mostrarnos con sus distintas actividades. Aunque el verdadero protagonista de Judas no es Hampton, sino William “Bill” O´Neal, a quien conocemos en los primeros minutos de la película en una entrevista televisiva hecha años después de la historia que vemos. Bill – interpretado por Lakeith Stanfield – era un criminal de poca monta de Chicago que robaba coches haciéndose pasar por un oficial del FBI. Cuando es arrestado por las autoridades una noche tras un robo fallido, recibe una oferta por parte del agente Roy Mitchell – personaje interpretado por Jesse Plemons – para eludir los años de cárcel que le caerán por sus delitos. Bill duda, pero terminará aceptando la oferta: infiltrarse en los Black Panthers de Chicago e informar de los movimientos del Partido así como de los de Hampton. Será el topo convertido en Judas en esta historia.
No añadiremos más información en esta reseña sobre los acontecimientos que acaecen en la película por si alguien no conoce qué sucedió con ambos personajes. Lo que sí aseveramos es que los dos protagonistas están espectaculares, sobre todo Kaluuya, pues irradia carisma y encarna a la perfección su personaje en todo momento. La química entre él y Lakeith, junto a la forma en la que está construido el guion, consigue que queramos que trabajen juntos en su lucha por conseguir avanzar en su revolución y que O’Neal cese de ser informante. Y esa es la fuerza de la película. Shaka King usa la tragedia que está contando, que podría ser perfectamente una adaptación de una obra del maestro Shakespeare, para mandar un mensaje claro a sus hermanos afroamericanos: sólo ganaremos si estamos unidos, y sólo estamos divididos porque es lo que la supremacía blanca quiere, algo que desafortunadamente continúa siendo un problema sin real solución en Estados Unidos.
Así es que, si tenéis la oportunidad, os recomendamos encarecidamente visionar esta interesante historia que busca reconstruir una de las épocas más oscuras de la historia norteamericana, por medio de grandes interpretaciones, una dirección inspirada y un estupendo y potente trabajo de montaje y de banda sonora. Lo mejor para nosotras es, sin lugar a dudas, que al fin se conmemore la figura de Fred Hampton en la gran pantalla: “I Am a Revolutionary… I Am the People”.